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El dolor, la enfermedad y el estrés suelen estar estrechamente relacionados,  especialmente  si son crónicos. El organismo tiene que hacer un gran esfuerzo para afrontar las limitaciones que provocan el dolor o la enfermedad, y para que éstos no interfieran demasiado en la vida cotidiana, ya sea alterando el estado de ánimo  o afectando al rendimiento laboral o académico y a las relaciones sociales. Por otra parte, las investigaciones más recientes sugieren que factores psicológicos como son los valores culturales, rasgos de personalidad o estrategias de afrontamiento, influyen en el origen y evolución de algunas enfermedades. El estrés parece jugar un papel importante en la manifestación del dolor, ya que el primero va a provocar diversos cambios en nuestro organismo, ya que se segregan más neurotransmisores como la adrenalina, el corazón late más rápido, los músculos se tensan, y un largo etcétera de fenómenos destinados a defendernos de lo que juzgamos como amenazante y que contribuye a que aumente la percepción del dolor.  También parece que nuestro sistema inmune se ve afectado por el estrés,  debilitándose cuando estamos agotados, deprimidos, preocupados…

La enfermedad se determina por la presencia de determinados signos ( datos objetios como la subida de temperatura, hemorragia, erupción, etc.) o de síntomas (más subjetivo, como la falta de apetito o sueño, fatiga, etc.), sin embargo, a veces no se encuentra un fallo orgánico, y el dolor u otros síntomas físicos no se deben (o no únicamente) a una enfermedad médica; se habla entonces de trastornos psicosomáticos y la medicación o intervención quirúrgica no suele tener efectos o éstos no son duraderos. En algunos casos, los signos o síntomas pueden tener un origen psicológico, relacionado con aspectos emocionales ocultos, es decir, no del todo conscientes.

Con respecto al dolor parece haber consenso de su función adaptativa; funciona como una alarma que nos avisa de una disfunción o lesión en nuestro cuerpo para que nos impliquemos en su reparación. Las personas con la incapacidad de sentir dolor corren peligro y fallan en la autoprotección; si se estuvieran quemando por ejemplo, no lo notarían y la lesión podría ser mortal. Sin embargo, también existen dolores psicológicos sin lesión (cuyo efecto doloroso es en cualquier caso igual de real), derivados de la memoria como el dolor de miembros amputados (dolor del miembro fantasma) o de experiencias traumáticas como podría ser el caso de dispaurenia (dolor coital) tras una violación. La enfermedad  podría en algunos casos tener una función parecida al avisarnos de las consecuencias nocivas en nuestra vida por ciertas actitudes, creencias y conductas.  Conocernos a nosotros mismos, identificar nuestras carencias, necesidades o conflictos, reconocer especialmente nuestra debilidad o vulnerabilidad, es lo que puede orientarnos para activar nuestros recursos personales y afrontar de forma adaptativa nuestros sentimientos.

La psicoterapia actual (especialmente EMDR, PNL, EFT y también la hipnoterapia), pretende integrar todos los aspectos humanos, ya sean físicos o psíquicos; personales o sociales. La mente es considerada en todas sus manifestaciones, ya sean principalmente somáticas (sensaciones y emociones), cognitivas (percepciones, creencias) o conductuales. La salud mental incide en la salud del cuerpo y viceversa; el bienestar emocional correlaciona con un estilo de vida saludable. Cuando nos sentimos relajados, en coherencia con nuestros valores y nuestros actos, tendemos a cuidarnos y cuidar a los demás; por el contrario, cuando estamos en tensión, en conflicto interno o con nuestro entorno, tendemos a sentir ansiedad, depresión o a tener conductas destructivas como las adicciones.  Si no prestamos atención a nuestro mundo interno, nos dejaremos llevar por remedios que a menudo empeoran el problema. La verdadera curación reside en ir al origen, descubrir la fuente del dolor o la enfermedad; sin olvidar que a veces se encuentra en vivencias dolorosas o sentimientos no reconocidos  Conocernos a nosotros mismos, identificar nuestras carencias, necesidades o conflictos, reconocer especialmente nuestra debilidad o vulnerabilidad, es lo que puede orientarnos para activar nuestros recursos personales y afrontar de forma adaptativa nuestras circunstancias.

 

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